jueves, 8 de octubre de 2009

Crónicas del mar



¡Buen día dijo el sol al buey almizclero!

El perro vaciló en morder.
Pero el asunto se embromó,
viví un estado de laxitud largo

Dromedario en el desierto
Las noches boxearon mi abdomen escuálido
Durante horas enteras excreté planetas como Venus, Mercurio,
[Marte.

Pero el sol fritó algunos cornalitos que me aliviaron el alma.

Sus cabecitas pequeñas...

La aleta dorsal los dirigía en el plano horizontal
a la boca de una linda ballena
de la que me enamoré perdidamente

Su boca eternamente abierta
degustaba mis cornalitos fritos enharinados,
en la tarde con la marea baja

Encallados entre un rebaño de corderos nos mimábamos,
y nuestra red iba juntando los preciados pececitos.
En una punta su boca que sostenía la red,
en el otro lado un ejército de caracoles que trabajaban por mí.

Mi corazón relampagueaba tranquilo bajo su coracita calcárea,
blanca como el derrame lácteo en el mar de mi ballenita,
estrellitas en fuga como hilos blancos
que jugaban a la soga con nuestra red cuadriculada,
los rayitos para un lado y luego para el otro,
y los cornalitos, que no eran como las estrellas,
de uno en uno se acumulaban.

Y era hermoso cómo la ballenita con sus primeros estrógenos
y mi ejército de caracoles llenaban el balde.
Luego un pulpo lo expulsaba
en una brusca expansión de sus tentáculos hacia el aire
para que una cigüeña lo tomara con su pico y lo trajera a mi lado.
Los blanqueaba con lindos campos de trigo un reptil amigo,
y yo disfrutaba tanto al ver la ternura aquella…

Ingerí muchas primaveras,
y en el verano la ballena me ofreció su lomo
para rociar de blanco la magnífica oscuridad del fondo del mar.
Pero mi laxitud proseguía
y mi felicidad encallada en la arena
no me dejaba ver mejor obra.

Hedónico desenlace.

Pero el perro no vaciló en morder esta vez,
y cuando al fin sus colmillos me tenían como presa,
el buey almizclero me subió a su lomo
y me llevó con la ballena.


Martín Papaglia