
Con Bielsa la cosa era entre Verón y antiverón. Con Pekerman entre Cruz y Messi... Con el Diego no. Sabemos que todo es distinto. El Diego es la frontera que separa a los argentinos de los ingleses.
Fijate cómo será la cosa que toman partido hasta los de palo, en algún rincón de su conciencia. Y es que pasa en todos, no te creas. Y tanto pasa que todo, todos los extremos, la alegría y la tristeza, la bronca y la indiferencia, se enredan con esa costura del sentimiento argentino que es el fútbol, y se embarran con ese símbolo blanco o negro que se llama Maradona.
Y andá separálos, te la regalo, no hay quién descosa semejante pelota en el pecho, porque todo tiene un sentido mucho más profundo, no significa 4-3-3 o 4-4-2. No hay juicio que valga cuando hablamos de algo que es parte inseparable de nuestra identidad cultural, algo que de un tiempo a esta parte vamos entendiendo que no es de Blatter, ni de Grondona, ni de TyC ni de Clarín. Es de todos. Los intelectuales pequebúes tenemos pocas oportunidades de entender qué es lo nacional, y qué es lo popular, y el fútbol es una de ellas.
El Diego es una frontera y lo sostengo. No es cuestión de opiniones cafeinadas nada más. Ponele idiotez o mesianismo, degradación cultural, barbarie, boludos mirando boludos correr atrás de una pelota, distracción del pueblo de asuntos más importantes, ponele lo que quieras, todo va a ser de un lado u otro de una enorme cancha.
El Diego es una frontera y lo sostengo. No es cuestión de opiniones cafeinadas nada más. Ponele idiotez o mesianismo, degradación cultural, barbarie, boludos mirando boludos correr atrás de una pelota, distracción del pueblo de asuntos más importantes, ponele lo que quieras, todo va a ser de un lado u otro de una enorme cancha.
Así lo entendemos, y nada nos quita la alegría gigante de ver semejante petiso salir a la cancha de vuelta, de querer seguir viéndolo este año y los que sigan, y de seguir bancándolo incondicionalmente y de bancar con él lo que él banca. Así lo entiende todo el que sabe lo que es cantar de más de a uno, en la cancha y en la calle, con el mismo bombo, la misma murga, y los mismos tonos. Así lo pueden entender todos. Porque el cantito ese del que no salta... no es xenofobia, ni una mera consigna. Es otra cosa. El cantito ese, simplón, irracional, pregunta en el fondo quiénes estamos y para dónde empujamos.
Y ahora sonaron. Sonaron mal. Todos. Porque había prometido no hablar más de fútbol si hoy ganábamos. No lo quiere Dios, o Merkel o Blatter, o el pulpo de mierda ese, qué sé yo.
Y ahora sonaron. Sonaron mal. Todos. Porque había prometido no hablar más de fútbol si hoy ganábamos. No lo quiere Dios, o Merkel o Blatter, o el pulpo de mierda ese, qué sé yo.

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